Si vemos una empresa desde arriba, veríamos que las personas se interrelacionan hablando. Que el lenguaje teje redes con ellos y entre ellos, y que esa red de conversaciones los vincula.
Como red que se convierte, sabemos que lo que se tensa en un lado resuena en otro. Se tensa manifestándose por ejemplo con algún malestar, desafíos y desaprobaciones. Puede tensarse tanto que la red se corte provocando desaliento, impacto y angustia. También la red puede aflojarse tanto que no dé cuenta quién la sostiene, dando lugar a la desmotivación y a la falta de rumbo.
Una organización es una red de comunicaciones vehiculizada por el lenguaje para intercambiar pedidos y ofertas en el marco de la mutua satisfacción. El estilo con el que nos comunicamos, las palabras que usamos, el tono, la cadencia, obran de tal manera que conforman la realidad.
Si a un compañero o subalterno le decimos «no» en tono fuerte o contundente, podemos provocar sorpresa y hasta paralización. Si en cambio logro decirlo con tono amable y contenido explicativo, invito a revisar esa acción y dar lugar a algo nuevo y/o creativo.
Para ello es importante alinear ciertos patrones para el intercambio conjunto: Hablar y escuchar con atención activa, realizar contribuciones simples, comunicarse para resolver dificultades. Por eso a las palabras no se las lleva el viento, las palabras no son inocentes. ¡Cuidemos nuestro habitat laboral cuidando nuestro lenguaje!
Liliana A. Segat,
Cofundadora y directora de Caraballo
Segat Consultores